sábado, 4 de febrero de 2017

UN PEQUEÑO DICTADOR DENTRO DE MÍ

Si algo nos enseña la historia es que esta se repite. Da igual el contexto, la situación o quien encabece la revolución; los sucesos se reiteran. Y lo más curioso es que muchas veces somos incapaces de reconocer la realidad que se nos presenta. Nos cuesta o no queremos admitir que los errores cometidos en el pasado los llevamos a cabo en el presente. La mente humana es experto en actuar por inercia respecto a algunas cuestiones, y este, es uno de esos casos.

El otro día visualizamos una obra de teatro llamado "A onda", una versión de la conocida película "La Onda", a su vez basada en la novela de mismo título escrita por Morton Rhue. Para aquellos que no la habéis visto, es un gran referente. Esta se basa en un experimento que realiza un profesor para explicar la autocracia; comienza un grupo de reunión de estudiantes que van determinando una serie de ideologías y símbolos que, al final, se les va de las manos.



La obra fue un tanto parecida. Un profesor de instituto ante la actitud general de una clase de alumnos, llevados por la algarabía propia de la edad, propone pactar con sus ellos una serie de normas para cumplir, a modo de experimento: guardar silencio durante las clases, sentarse de manera correcta, tratar de usted al maestro, caminar hacia sus propios asiente de manera ordenada,etc. Todo comienza como un simple trabajo de clase  hasta que deja de serlo. El grupo de estudiantes adquiere cierta personalidad y con ella, ciertas reglas: solo ellos pueden determinar quien entra y quien no al grupo; un símbolo específico; un saludo reconocible; un vestuario sencillo. Todo esto y el consiguiente programa de identificación, crea un ambiente de tensión entre los propios integrantes. Finalmente todo se descontrola y los alumnos se dan cuenta de como la manipulación del profesor les hace olvidar el uso de la razón.

Independientemente de la obra y la película, como de cualquier tema, se extrae una conclusión visible. La manipulación social. Nuestro profesor nos habló el otro día de la novela de Timur Vermer: Ha vuelto. Se trata de una obra en la que Hitler, despierta en Berlín en el año 2011. Este en seguida recae en la falta de banderas nazis, la ropa moderna, la destrucción del muro,etc., y conoce la actual política de Merkel. El protagonista acaba siendo conocido como cómico en un local alemán a modo de buen imitador del dictador.

A pesar de que se trata de una comedia, un intento de satirizar la realidad comparándola con el contexto histórico, esta nos muestra como la gente finalmente cree en lo que este imitador prodiga. Un ejemplo actual: Trump. EEUU siempre ha sido considerada la potencia más importante a nivel mundial sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comienza la Guerra Fría, la carrera por la hegemonía con Rusia. En ese momento la población necesita líderes. Necesita un referente que, a pesar de que su razonamiento no sea el más popular o coherente, sea capaz de llegar al resto por su pasión. Eso es exactamente lo que nos transmite la obra. Cada uno de nosotros se puede convertir en un pequeño dictador, porque lo llevamos dentro. El uso del entusiasmo y el frenesí es fundamental para concienciar a un grupo personas de algo. La mente humana a veces, por sencillez, es muy manejable. Cuando, por ejemplo, en la representación el profesor pide que los alumnos decidan si dos integrantes han de continuar o no por supuesta "infidelidad", los tachan de culpables. Son incapaces de separar la ficción de la realidad y se convierten en secuaces de una dictadura.
Dicho así resulta extremista. Pero la verdad es que la actualidad nos muestra como la política de hoy nos invita a seguir regímenes que ya han sido llevados acabo años atrás pero que, por decisión propia, hemos decidido olvidar. Debemos recordar. Es necesario rememorar el daño que algunos sucesos se cometieron en el pasado para que el presente no se convierta en un déjà vu de errores. Es necesario prever que un partido que basa su representación en el miedo, el racismo y el extremismo no es bueno, sino que puede extenderse hasta tal punto que ya no seamos capaces de frenar.

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